22.10.09

Los mil Caminos de Santiago

por Rodolfo Alonso
(poeta argentino de origen gallego)


Para empezar, veamos --o tratemos de ver-- los hechos concretos. El 25 de Julio es el Día de Santiago pero, y al mismo tiempo, también es el Día de Galicia. Y, por decirlo nomás, surgen cuestiones, las que suelen eludirse.
¿Quién pisó nunca la tierra donde se funda el mito? En esa faja incierta que corre entre la historia y la leyenda, en la niebla fundacional de los orígenes (esa misma niebla que para los gallegos se enciende, a la vez, en misteriosos mares del Norte y en la saga interminable de los ciclos artúricos), los pueblos, las comunidades, solían encontrar --o proyectar-- de un modo simbólico, analógico, las raíces de su memoria, las fuentes de su identidad.
Que no siempre representa exactamente lo que dice. Un mito es una evidencia viva, pero más inconsciente que consciente. Ninguna barca de piedra puede sobrenadar las aguas, salvo en la rotunda realidad del sueño. Ninguna mano de hada sumergida emergió de pronto desde el fondo de un lago, también encantado, empuñando nuevamente una espada de destino fabuloso. Si no es en el misterio, bien concreto, de la leyenda madre.
A través del mito los pueblos convertían en símbolo verdades de otro tipo que, acaso, habían rozado sin proponérselo. O en las que se descubrían vivamente reflejados. Bruñida imagen de miedos y temblores, ese mismo espejo devolvía seguridades y autoconciencia. Pero, de todos modos, y por supuesto, semejante dominio siempre estará más cerca de la poesía que de la ciencia, más próximo al instinto que a la inteligencia. Y, quizá también por eso, al mismo tiempo, siempre estará igualmente muy cerca de los límites, al borde, en la inminencia de ser devaluado, manipulado, instrumentado. Con lo cual perdería irremisiblemente su forma, su halo de mito.
Claro que también la concreta Compostela es un Campus Stellae, es decir, literalmente un Campo de Estrellas. En las tierras nunca finalmente del todo descubiertas de América, que también tenía sus propios mitos y sabía precaverse entonces de supuestas conquistas, vinieron a germinar tantas otras Santiago distintas y parientas casi como astros hay en la Vía Láctea. Y hay aquí pues otros Caminos de Santiago que van y vienen, que no sólo van sino que vienen. Y hasta que vienen y van entre sí.
Lo quiera la razón o lo quiera el corazón, Santiago ya no será nunca, apenas, sólo el Matamoros. Al menos, no en Galicia. La dulce tierra madre ha pulido las aristas demasiado violentas de uno de los varios rostros del mito. Y, junto con él, ha convertido a la Catedral de Compostela en poema de piedra, sí, como todavía suelen repetir antes de pensarlo los guías de turismo, sin tomar conciencia a veces de lo que están diciendo.
Sobre las grandes piedras sagradas de los primeros cultos, más bien originales que sólo primitivos, dicen que se construyeron luego los grandes templos de Galicia. Pero las piedras sagradas nunca duermen. Y mucho menos pueden ser asimiladas u ocultadas. Desde la catedral sagrada y consagrada intenta acaso brotar otra vez, por sus raíces de piedra, el sueño inmortal del desdichado Prisciliano. Y convertido en nuevo mito puede mostrarse ahora públicamente, sin riesgo alguno ya, pero también quizá sin trascendencia, en esta nueva Europa posmoderna, confortable, satisfecha y desacralizada.
Lo que era antaño sagrado puede correr ahora el riesgo de volverse turismo, lo que fue mito enfrenta siempre el riesgo de volverse simple, meramente rito, o mera ceremonia, fuente seca.
Pero esta batalla no es de ahora ni de ayer. Es de siempre.

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