15.4.14

Alcón, vivo en la poesía



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Martes, 15 de abril de 2014
Opinión

Alcón, vivo en la poesía

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Por Rodolfo Alonso *
Acaba de dejarnos. Con la misma discreción y la misma dignidad con que vivió. No sé si la banalidad y la estridencia permiten hoy calibrar cabalmente la entera personalidad de Alfredo Alcón. Los timbres y los matices de su voz, junto con la calidez y calidad de su presencia, no eran los únicos en sostener su dignidad estética, nunca bastardeada. Y que siempre se dio en él, como en los auténticos artistas, con una conciencia ética, impregnada de humanismo, y que le surgía de manera espontánea, natural, sin preconceptos y sin dogmas.
Si algo pudiera dar testimonio cabal de ello, siento que fue su decidida, delicada y total entrega a la mejor poesía. A pesar de su modestia innata, logró filtrarse aquella vez en que, reiterando en Mar del Plata su ejemplar espectáculo exclusivamente dirigido, como haría con otros, a la poesía de Lorca (que como toda gran poesía, exige un marco de silencio), Alcón lo suspendió indignado por los ruidos que le impedían cumplir con su hondo respeto hacia el poema.
Y yo mismo puedo dar testimonio de ello. Como ya había empezado a ocurrirme, cuando me descubrí adolescente poeta y traductor sin habérmelo propuesto, también sin experiencia periodística y contestando un simple aviso, la editorial Abril me convirtió en el subdirector a cargo de la dirección de su revista Claudia. Que, originalmente dirigida a la mujer moderna, algo del todo
inusual en esos tiempos, logré orientar además hacia objetivos artísticos y culturales, con lo cual su público (¡de cientos de miles de ejemplares!) se amplió hasta incluir a toda la familia.
En 1964, la editorial incorpora algo nuevo: discos flexibles. Y como promoción, decide incluirlos en la revista. De los primeros, me encargan seleccionar uno sobre “El amor en la poesía”, que iba a leer Alfredo Alcón. Así me tocó el privilegio no sólo de conocerlo personalmente, sino de hacerlo mucho más a fondo, porque el trabajo de grabación se fue haciendo cada vez más extendido y más intenso, ya que Alfredo respetaba tanto la poesía que nunca le bastaba una sola, sino que pedía reiterarlas hasta encontrar su tono, su preciso timbre.
Asistí emocionado a la forma tesonera y respetuosa con que la voz de Alfredo Alcón iba encarnando, temblorosa, tocante, la altura de los grandes poetas que mi juventud había reunido a tal efecto. Comenzaba por los clásicos: Catulo, el arábigo-andaluz Umar Ben Umar, un anónimo del Romancero español, Garcilaso, Quevedo, de cuyo inmortal soneto “Amor constante más allá de la muerte” Alfredo quiso realizar numerosas versiones, cosa que aún me asombra luminosamente por tanto como implica.
Y a partir de Rubén Darío, de César Vallejo y de Neruda, seguimos con otros grandes modernos, muchos casi desconocidos por entonces, como era el caso de Macedonio Fernández, o de Ricardo Güiraldes como poeta, para seguir con los preclaros españoles Pedro Salinas y Miguel Hernández. Así como con mis propias traducciones de Fernando Pessoa, Paul Eluard, Jacques Prévert. Para cerrar con una límpida copla popular argentina.
Pero ése no había sido nuestro único encuentro. Poco antes, en 1961, cuando maduraba el “nuevo cine argentino”, que sólo iba a decapitar la dictadura de Onganía, Alfredo fue uno de los tres actores que, realmente por amor al arte, sin el menor rédito, aceptaron leer mi texto casi poético para Faena, el más que documental sobre el matadero dirigido por Humberto Ríos, entonces muy premiado y que hasta hoy se estudia en las escuelas de cine. Por suerte, aún se lo encuentra en ellas.
Y para quienes quieran darse el enorme gusto de escuchar “El amor en la poesía”, aquella grabación se conserva en la Audiovideoteca de Escritores de la Ciudad de Buenos Aires. Así como muchos de nosotros guardaremos, como poesía lograda, como poema vivo, la voz y la presencia de nuestro grande y querido Alfredo Alcón.
* Poeta, traductor, ensayista.
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